Por fin hemos llegado. Hemos alcanzado el epítome del progreso. Hemos
logrado la utopía tan añorada por tantos, hemos logrado exterminar a todos los
que se oponen a ella. Y¿ no es a través de este exterminio que demostramos
nuestra superioridad como civilización ante los demás? Sólo nosotros pudimos
haber logrado tan imposible proyecto. ¿Qué nos ha dejado? Nos ha dejado a todos
subyugados por el aparato, aquel que dicta pero no responde, aquel que desde
arriba configura nuestras vidas y nosotros, obedientemente, aceptamos porque
nunca podremos ser más capaces que la máquina que nuestros más grandes
pensadores diligentemente han creado para nuestro servicio. Nos encargaremos a
mantenerla, la cuidaremos como aquel primer hijo después de la guerra.
Cantaremos himnos de gloria alabando el futuro que hemos, por fin, impuesto.
¿Y no es esto lo que queríamos? ¿No era entonces este
progreso que tanto deseábamos? Todo ahora está automatizado. Nuestras horas del
día están subyugadas por el reloj, máquina que preambuló el comienzo de lo que
somos ahora, al principio como una herramienta, hoy en día como nuestro amo. No
hay hogar sin este aparato, la vida es inconcebible sin ello, estaríamos como
un barco a la deriva, libres e independientes pero inservibles con respecto al
gran proyecto, llegar a ser nuevamente esa raza pura que se comporta como una
colonia de insectos, sin voluntad propia, ya que esta ha sido configurada en el
aparato. ¡Ahora somos libres de decidir por nosotros mismos! ¡Ahora podemos
utilizar nuestro tiempo de la manera más eficiente! ¡No más pérdida de
productividad! ¡Todos somos uno! ¡Nadie está por su cuenta! Y ¿qué pasa para
los que no están satisfechos? Podrán visitar nuestras cómodas clínicas donde
pueden terminar sus miserables existencias, porque su presencia no es de
utilidad para nadie y su consumo no es justificable ya que sus deshechos no son
traducidos a nuevos logros, nuevos superávits. Como los alimentos que luego se
convierten en composta para producir más alimento, su presencia sólo alenta nuestro
progreso ya que sus deshechos no son capaces de producir composta. Ellos son la
composta. Ellos son los que al eliminarlos nuestras fuentes de recursos
aumentan y así podremos avanzar de manera más eficiente hacia nuestra meta. Y
es en este proceso que podemos palpar la utopía. Es en este proceso de auto
aniquilación que podemos decir que somos verdaderos revolucionarios. Vivamos
juntos el desenvolvimiento de la historia, sin Dios, el nuevo Dios es el
aparato, cuyos engranes somos nosotros. No necesitamos más Dios ya que nosotros
nos hemos vuelto Dioses, hemos regresado del Olimpo más fuertes que nunca. Nos
hemos transubstanciado en objeto cuya trinidad es Aparato - Máquina - Hombre.
Divinidad que hemos alcanzado gracias a nuestro ingenio, gracias a nuestros
pecados. Nada y todo está ahora redimido. Antes de dormir una pequeña oración
para que el día de mañana sea exactamente igual que el de hoy. Para que nada
nunca cambie porque quien desee obstaculizar la utopía no merece ser parte de
ella. Lo expulsaremos como Noé expulsó a su hijo después de abusar de él. Y si
se atreve a regresar le cerraremos la puerta, lo estigmatizaremos hasta que
voluntariamente termine su existencia en nuestras clínicas de superación
personal. No más espacio para el hijo prodigo. No más excusas para equivocarse
y retomar el camino, la perfección está marcada por la máquina, no hay espacio
para errar.
Ya no hay más espacio para la especulación ya que todo
está definido. Los límites se han establecido. Cualquiera que intente cruzarlos
será aniquilado. La palabra sólo podrá ser utilizada para fines prácticos,
tendrá que ser legible por la máquina, tendrá que funcionar bajo los patrones
lógicos del aparato. ¿No es esto hermoso? Antes del preestablecimiento del
aparato había espacio para lo absurdo, el lenguaje podía ser secuenciado para
fines artísticos, podía desviar la atención de las masas de lo político, el
único espacio verdadero, el único espacio que tendrá que mantenerse para poder
seguir reproduciendo nuestra utopía.
Nuestra finalidad es regresar la tierra al centro del
Universo, enterrar de una vez por todas la Revolución Copérnica que ha pervertido
la mente de miles y a la vez ha facilitado nuestra labor de identificar al
enemigo. ¿Quién dijo que todo está subyugado por una permutación dentro de las
infinitas posibilidades adheridas en la estructura fundamental del programa?
¿Quién mencionó que esta utopía no fue pensada desde un principio, como el
desenlace más apropiado para la mayoría, para aquellos que quieren tener control
absoluto de su existencia? No hay espacio para la contingencia. La contingencia
es un virus que hay que erradicar del aparato. Alenta el aparato. Produce
sistemas que no pueden ser analizados por las estructuras lógicas ya
prediseñadas de antemano. Alenta el proceso del progreso. Da espacio para que
la naturaleza avance a su propio ritmo y esto no puede ser permisible. Nada
está fuera de nuestro control. La naturaleza está ahí a nuestro servicio. La
naturaleza está ahí para ser transformada en fósil, para ser transformada en
energía, para avanzar más rápido, para acelerar nuestros deseos y para ir más
lejos.*
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*Este texto fue producido en octubre del 2014 mientras leía un texto de Vilem Flusser en una cafetería.
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